jueves, 14 de mayo de 2009

66. La de Normandía, y otras batallas.

Pues sí, hoy va de batallitas, tristemente reales. Tristes para la población civil, los soldados contendientes y otras víctimas “colaterales” que además tienen mermadas, si es que poseen algunas, sus capacidades personales de adaptación y respuesta a los desastres externos. Me refiero a cualquier tipo de discapacitados y enfermos en general, incluidos los mentales, tal y como vimos en la entrada 48, que reflejó las terribles consecuencias añadidas que la guerra en los Balcanes tuvo para un grupo de enfermos psiquiátricos asilados.

Estando todavía muy lejanas en el tiempo la CNN y sus retrasmisiones bélicas ”en directo”, el desembarco aliado en Normandía a principios de Junio de 1944 fue seguido puntualmente desde Estados Unidos a través de diferentes revistas gráficas. Aún hoy resulta impactante revivir el drama de aquellos momentos con la relectura de las crónicas de la época.

El 21 de junio, desde las inmediaciones de Cherburgo, Charles Christian Wertenbaker enviaba su crónica de guerra desde el mismo frente que avanzaba con el ánimo de tomar la ciudad que muchos conocemos por sus paraguas. Iba acompañado de un joven fotógrafo, que el futuro quiso que se convirtiera en un mito de su profesión, Bob (Robert) Capa, el de la foto del miliciano español tiroteado, cuyas fotos ilustraron parte del artículo.
No va a ser este el lugar para hacer un comentario de texto de lo publicado entonces por LIFE, aunque quizá si merezca la pena llamar la atención sobre unos notas que abren la crónica acerca de los sentimientos ambivalentes que al parecer mostró la población al recibir a los americanos. Sin perder de vista que el artículo está publicado justo los días de la batalla con un muy fuerte espíritu propagandístico, llama la atención leer que algunos entre la población rural no se mostraran abiertamente alegres a la llegada de los soldados, explicando el reportero que muchos de los invasores “no habían sido tan malos” con la población, e incluso fueron “casi humanos”, mientras que el bombardeo preparatorio del avance aliado había diezmado el ganado en los campos y destruido casas y edificios históricos. Una perspectiva para mi desconocida y que nunca me había planteado, pero que habla de algunas de las confusas y paradójicas respuestas psicológicas que la guerra desata en ambos bandos contendientes.

Pero volvamos a psiquifotos. A lo largo del norte de Francia, en las poblaciones más o menos cercanas al lugar del desembarco, el miedo se desata según el ejército alemán va perdiendo posiciones mientras la población busca refugio alejándose de previsibles objetivos militares. Entre las varias imágenes publicadas en ese número tanto de lucha activa como de las ciudades tomadas, llama poderosamente la atención el retrato de un pequeño grupo a página completa. Lo que parecen ser campesinas de diferentes edades, tiene otra lectura bien explicada en el pie de la foto.

Internas de un manicomio esperan sin hacer nada al borde de una carretera cerca de Pont-l’Abbé. Tras ser evacuadas por las monjas durante la lucha, parecía que volvían lentamente a casa tras la batalla. La mujer de la izquierda con la barbilla apoyada en la mano parece totalmente ausente de la guerra, los fotógrafos, cualquier cosa excepto el aplastante peso de su propia miseria. Foto © Bob Landry / LIFE, Junio 1944

Qué pudo atraer a Bob Landry a fotografiar la escena no lo sabemos. Para Esther Calderón, entusiasta seguidora y colaboradora de psiquifotos en la retaguardia, supone que tuvo que ser precisamente el aire ausente de la joven. Nos queda entonces la duda de si la observación en el pie de foto sobre esa aparente ausencia no es más que un buen deseo de librar a la joven de angustias añadidas por la vivencia de la propia guerra, o la equivocada presunción de que los enfermos mentales no se ven tocados por las circunstancias externas adversas. Lo que si parece claro es que al publicar la fotografía, conscientemente o no, LIFE utilizó una imagen de un enfermo mental como pocas veces se ha presentado en un medio gráfico, ilustrando la terrible situación de dependencia y desvalimiento que la mayor parte de ese colectivo tiene, más allá de tópicos y estigmas más fácilmente explotables para atraer la atención del lector. En la imagen quiero ver condensada además la “miseria” y desorientación de la propia humanidad enloquecida por la guerra, lo que hará de ella una de las preferidas para psiquifotos.

Y siguiendo con las batallitas, me vienen a la memoria episodios geográficamente más cercanos, aunque en esta ocasión sin el apoyo iconográfico habitual de psiquifotos. Es el caso del Sanatorio psiquiátrico de Santa Agueda (Mondragón), donde durante la Guerra Civil se establecieron dos clínicas psiquiátricas: una para enfermos mentales del Ejército y otra para prisioneros de Guerra. Pero veamos como relataban pocos años después las crónicas hospitalarias ese periodo.




Crónica de la Guerra Civil en el manicomio de Santa Agueda (Mondragón). De la Memoria publicada con ocasión de las Bodas de Oro (1898-1948) del Sanatorio Psiquiátrico del Sagrado Corazón de Jesús para hombres. (Hacer click para agrandar las páginas).

El propio manicomio fue utilizado por algunos como escondite y refugio frente al enemigo. Aureliano López Becerra (Desperdicios) (1880-1956) fue director del diario La Gaceta del Norte de Bilbao y quien bautizó como Don Celes Carobius al entrañable personaje de las historietas de Olmo. Durante la Guerra Civil fue detenido en la bilbaína cárcel de Larrínaga. Para escapar de ella y según dice inspirado por el poeta Esteban Calle Iturrino que se hizo pasar por loco, se hizo conducir de Bilbao al Sanatorio Psiquiátrico de Santa Agueda que se encontraba en esos momentos enclavado en terrenos bajo control republicano. En el manicomio, al que según sus propias palabras se denominaba sanatorio para despistar, encontró al poeta manteniendo ambos su particular chifladura hasta el 21 de abril de 1937 en que el hospital pasó a manos del ejército franquista, mientras Mondragón y Bilbao seguían bajo bandera republicana.



Años después publicó sus experiencias, presumiblemente corregidas y aumentadas y no pocas veces de forma desconsiderada, retratando en sus escritos a diferentes personajes que encarnaban la locura más desternillante para la época, privándoles a la vez de su propia humanidad y de toda posibilidad de futuro fuera de las tapias del manicomio, dependientes de la caridad hospitalaria.

Portada del libro de A. López Becerra con un dibujo del Profesor Nimbus de mudanza, regadera incluida. El personaje, previo a D. Celes, que en esa época plagiaba Olmo de su original francés.

Mi padre todavía recordaba algunas de las anécdotas relatadas en el librito al que aludo, rememorándolas cuando, seguramente temeroso de lo que me iba a encontrar dentro, le anuncié que había superado la oposición para entrar a trabajar en ese mismo manicomio como Médico Residente. ¡No ha llovido desde entonces!, y ahora soy yo el que se acuerda del librito.


BIBLIOGRAFIA.




Life Magazine. War comes to the people of Normandy. LIFE, 3 julio 1944. 17 (1): 11-21.



Sanatorio Psiquiátrico del Sagrado Corazón de Jesús. Bodas de oro,1898 – 1948. Santa Agueda – Mondragón. Memoria histórica. Palencia, 1950.




Hospital Psiquiátrico San Juan de Dios Ospitale Psikiatrikoa. 100 años de historia. 1898-1998. Arrasate-Mondragón, 1999.




López Becerra, A. Al Manicomio ida y vuelta. La editorial vizcaína, 1945. Parcialmente accesible aquí.












3 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez mas gracias Oscar, por la difusion del impresionante fondo documental que has reunido.
Cada post supera al anterior!
Andrés Porcel

Lizardo Cruzado dijo...

Una felicitación efusiva y con admiración por la bitácora que es una alhaja. Desde Lima, Perú.

Anónimo dijo...

Tuve ocasión de acercarme al escenario bélico de Overlord: Omaha, Juno, Sword..., sesenta años después del desembarco; y son lugares de Normandía, tocados por la muerte.
Produce una profunda desazón pasear por sus playas, tocar los bunkers, recorrer las trincheras. Toda la costa es un clamor contra la sinrazón y la locura de la guerra.
En mi caso y en el de la persona que me acompañó, perdura un recuerdo traumático de este viaje y esto sin haber vivido la guerra...